Hola, de nuevo.
¿Cómo estás?
Ah, pero quiero una respuesta real. No de esas estupideces que decimos sólo por ser cordiales y preferimos que el otro nos conteste con la misma sutileza para no hacernos sentir incómodos.
«Muy bien, gracias. ¿Qué tal te va?»
«Ay, ¡qué bueno! Me da gusto. Igual, muy bien.»
No, gracias. Paso.
Tengo tantas ganas de saber, realmente, cómo estás.
¿Cómo te sientes el día de hoy?
Creo que, la mayoría del tiempo, estamos predispuestos y programados para contestar que siempre estamos bien. Que no nos pasa nada malo en este recorrido tan abrumador que llamamos vida.
JA.
(No te sientas atacado, esto es como autocrítica dirigida específicamente hacia mí. Solamente que es un tema con el que muchos, si no es que todos, nos podemos sentir identificados. Así que, easy. Puedes respirar.)
Y empiezo así esta nota o entrada, cómo sea que le quieras llamar, porque he sentido que realmente nadie entiende cuando estás mal. Nadie sabe por lo que estás pasando, nadie está presente cuando tu corazón se hace pedacitos y lo único que puedes hacer es sumergirte en ese vaso lleno de agua, que para muchos parece océano sin fin, aún así haya gente a la que le hayas contado y quieras que te lancen un salvavidas.
Lo que he pensado es, como alguien que ya tiene los dedos tan arrugados como pasas por estar bastante tiempo en el Pacífico y también parada desde la boya, queriendo ayudar a mis personas a salir de su desdicha, ¿hay mucho alboroto si estás contemplando la calidez del agua y simplemente quieres quedarte un rato pensando las cosas?
No sé a ustedes pero, esas mismas personas que a veces veo sumergidas hasta la nuca, son las que intentan siempre hacerme sentir «bien».
«No estés triste, ¿de qué te sirve?»
«Ya, no puedes estar mal. Tienes que levantarte y ver el lado positivo de las cosas.»
O k a y. ¿Desde cuándo lo que te pasa se ha convertido en batería? ¿De dónde se supone tengo que ver el «lado positivo» de algo que me ha marcado, si bien, para siempre?
Sí, hay cosas que literalmente, creo, son la personificación perfecta de «estar ahogándote en un vaso de agua». Para los que lo están sintiendo, ¿quién eres tú para clasificar lo que ese ser humano, siendo tu cercano, está sintiendo?
Si un alma quiere estar en pena o condena por algún cometido racional, irracional, pensante o no pensante, hay que dejarlos ser.
«Fue un error y todos somos humanos. Está bien que lo sienta un rato, pero no puede estar toda la vida sintiéndose mal.»
D é j a l a s e r.
Tenemos la capacidad de escoger lo que queremos para nosotros, aún si como espectadores tenemos opiniones, debemos dejarlos ser. Dejarlos nadar en su recipiente, tan hondo sea. Y, te darás cuenta que ellos, los mismos que se zambulleron en ese que parece charco para ti o un hoyo repleto de agua pareciendo no tener fin, son los que van a extender su mano para que los levantes.
Sentir es un don, sentirlo todo es lo más bonito que puede existir. Ya sea para bien o para mal. Sentimos, deberíamos de estar agradecidos. Y estamos en este recorrido para ayudarnos, para aceptar lo que nos duele y recargarnos en aquellos que tenemos juntos. No para idealizar cómo es que se siente estar triste y generalizarlo para más de siete mil millones en el mundo.
Y esto es una de las razones por las que empiezo este blog. Para poder ser realista en cuanto a mis sentimientos, para poder decir: «hoy me siento jodida», y no ser juzgada. Para exponer mis mayores tristezas ahora que me atrevo, sin tener a alguien particular enfrente de mí, tratando de entenderme o, tal vez, juzgarme.
Soy víctima de mis errores, de mis miedos. Las experiencias que he vivido me han hecho quien soy, sin lugar a dudas. Pero, cuándo más las sentí, cuándo realmente creía que no alcanzaba la palabra «tristeza» ni «desesperación» para clasificar lo que estaba sintiendo, no tenía la valentía necesaria para poder expresarme, sin sentir ese miedo recorrer todo mi cuerpo y hacerme no sólo víctima de mis acciones, sino culparme completamente y ser una más dentro de las categorías en las que jamás me vi metida.
Pocos lo saben, pero soy una persona sumamente orgullosa. Tal vez, en algunas situaciones, prefiero ser la persona que pare un pleito o en la que puede verse personificada la «madurez» (no realmente, pero sí decido ser la persona que prefiere dejar tranquilo el momento que seguir peleando, la mayoría de las veces), pero realmente, todo el orgullo que me hace falta con otros, es conmigo.
No puedo estar mal, no pude haber pasado por lo que he pasado porque eso significaría que me fallé. Que no pude hacerlo sola, que no puedo hacerlo sola. Y, déjenme decirles que es de mis mayores fallas.
Ahora, como alguien que no tiene ese miedo tan constante en su cabeza y prefiere emprender el camino de aceptar lo que ha pasado y lo que he vivido, creo que me está gustando escribirlo y contárselos. Creo que esto es lo que, en algún momento, necesitaba hacer.
Y heme aquí, abriendo mi corazón a extraños, sin miedo a ser juzgada porque creo que esto todavía nadie lo ha visto. Y en el momento en el que alguien lo lea, será otra historia. Posiblemente me estaré mordiendo las uñas, esperando que tengan una buena reacción y lo acepten. Porque los comentarios están bloqueados (no literalmente). Pero sí hacía mí, porque soy una fiel creyente a que la opinión tal vez no se pide, pero hay quién los escoge escuchar y quienes hacen oído sordo.
Yo, prefiero ser sorda y feliz. Por ahora.
Así que, vamos a empezar de nuevo.
Hola, por tercera vez.
¿Cómo estás?
¿Yo? Tranquila y con miedo. Feliz pero consternada.
Emocionada por este nuevo capítulo, preocupada como un estilo de vida.
Mordiéndome las uñas al estar siendo sincera, sin dejar de escribirlas con valentía.
